viernes, 17 de octubre de 2014

Wilde

 
 
 
Buenos días. Como tantas otras veces aprovecho una efemérides
para acercarme a través de este blog a uno de los grandes referentes
del mundo de la literatura.
 
Ayer fue el aniversario de nacimiento de este gran escritor de la
segunda Siglo XIX.
 
El poeta irlandés Oscar Wilde nació en Doublin el 16 de octubre de 1854,
en el seno de una familia acomodada con buenos fundamentos culturales.

Poeta, ensayista, novelista y dramaturgo, estudió en el Trinity College de
Doublin y posteriormente en   la Universidad de Oxford, gracias a una
beca  obtenida por sus brillantes trabajos en latín y griego.
  
A los 24 años obtuvo el título de Bachelor of Arts con máximos honores.
De allí en adelante, ya instalado en Londres, publicó obras de gran fama,
en poesía, novela, ensayo y teatro.
 
Se mudó a París, donde falleció en 1900.
 
Esta mañana de viernes os comparto estas poesías para recordar
 
En el salón dorado

Una Armonía

Sus manos de marfil en el teclado
      extraviadas en pasmo de fantasía;
así los álamos agitan sus plateadas hojas
      lánguidas y pálidas.
     Como la espuma a la deriva en el mar inquieto
cuando muestran las olas los dientes a la brisa.

Cayó un muro de oro: su pelo dorado.
      Delicado tul cuya maraña se hila
en el disco bruñido de las maravillas.
      Girasol que se vuelve para encontrar el sol
      cuando pasaron las sombras de la noche negra
y la lanza del lirio está aureolada.

Y sus dulces labios rojos en estos labios míos
      ardieron como fuego de rubíes engarzados
en el móvil candil de la capilla grana
      o en sangrantes heridas de granadas,
      o en el corazón del loto anegado
en la sangre vertida del vino rojo.
Versión de E. Caracciolo Trejo
Edición de Libros Río Nuevo 2001

 
 
Escrito en el Lyceum Theatre
Portia

                                                                        A Ellen Terry

Poco me maravilla la osadía de Basanio
       de arriesgar todo lo que tenía al plomo,
       o que el orgulloso Aragón bajara la cabeza,
o que Marroquí de corazón en llamas se enfriara:
pues en ese atavío de oro batido
       que es más dorado que el dorado sol,
       ninguna mujer que Veronese mirara
era tan bella como tú a quien contemplo.
Aún más bella cuando con la sabiduría por escudo
        al vestir la toga severa del jurista
y no permitieras que las leyes de Venecia cedieran
        el corazón de Antonio a ese judío maldito.
        ¡Oh Portia!, toma mi corazón: es tu debido pago;
no he de objetar a ese aval.

Versión de E. Caracciolo Trejo
Edición de Libros Río Nuevo 2001


 

 
Flores de amor
Ґ λνkύιкрς  Έρώς

Amor, no te culpo; la culpa fue mía,
          no hubiera yo sido de arcilla común
habría escalado alturas más altas aún no alcanzadas,
          visto aire más lleno, y día más pleno.

Desde mi locura de pasión gastada
          habría tañido más clara canción,
encendido luz más luminosa, libertad más libre,
          luchado con malas cabezas de hidra.

Hubieran mis labios sido doblegados hasta hacerse música
          por besos que sólo hicieran sangrar,
habrías caminado con Bice y los ángeles
          en el prado verde y esmaltado.

Si hubiera seguido el camino en que Dante viera
          los siete círculos brillantes,
¡Ay!, tal vez observara los cielos abrirse, como
          se abrieran para el florentino.

Y las poderosas naciones me habrían coronado,
          a mí que no tengo nombre ni corona;
y un alba oriental me hallaría postrado
          al umbral de la Casa de la Fama.

Me habría sentado en el círculo de mármol donde
          el más viejo bardo es como el más joven,
y la flauta siempre produce su miel, y cuerdas
          de lira están siempre prestas.

Hubiera Keats sacado sus rizos himeneos
          del vino con adormidera,
habría besado mi frente con boca de ambrosía,
          tomado la mano del noble amor en la mía.

Y en primavera, cuando flor de manzano
          acaricia un pecho bruñido de paloma,
dos jóvenes amantes yaciendo en la huerta
          habrían leído nuestra historia de amor.

Habrían leído la leyenda de mi pasión, conocido
          el amargo secreto de mi corazón,
habrían besado igual que nosotros, sin estar
          destinados por siempre a separarse.

Pues la roja flor de nuestra vida es roída
          por el gusano de la verdad
y ninguna mano puede recoger los restos caídos:
          pétalos de rosa juventud.

Sin embargo, no lamento haberte amado -¡ah, qué más
          podía hacer un muchacho,
cuando el diente del tiempo devora y los silenciosos
          años persiguen!

Sin timón, vamos a la deriva en la tempestad
          y cuando la tormenta de juventud ha pasado,
sin lira, sin laúd ni coro, la Muerte,
          el piloto silencioso, arriba al fin.

Y en la tumba no hay placer, pues el ciego
          gusano se ceba en la raíz,
y el Deseo tiembla hasta tornarse ceniza,
          y el árbol de la pasión ya no tiene fruto.

¡Ah!, qué más debía hacer sino amarte; aún
          la madre de Dios me era menos querida,
y menos querida la elevación citérea desde el mar
          como un lirio argénteo.

He elegido, he vivido mis poemas y, aunque
          la juventud se fuera en días perdidos,
hallé mejor la corona de mirto del amante
          que la de laurel del poeta.

Versión de E. Caracciolo Trejo
Edición de Libros Río Nuevo 2001
 
  
 

Espero que os guste. Hasta Mañana.
 
 
 
              
 

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