Relatos

En esta página pretendo hacer una recopilación de cuentos y relatos de otros autores con los que crecí en edad y sabiduría.


El primero es un precioso cuento de Coelho sobre la entrega en el Amor. Espero que os guste.

La nube y la duna

" Una joven nube nació en medio de una gran tempestad en el mar mediterráneo. Pero casi no tuvo tiempo de crecer allí, pues un fuerte viento empujó a todas las nubes en dirección a África. Nada mas llegar al continente el clima cambió: Un sol generoso brillaba en el cielo y abajo se extendía la arena dorada del desierto del Sáhara.
El viento siguió empujándolas en dirección a los bosques del sur, ya que en el desierto casi no llueve. Entretanto la nube decidió desgarrarse de sus padres y de sus viejos amigos para conocer  el mundo.

- ¿ Qué estás haciendo ? - dijo el viento. ¡ El desierto es todo igual ! ¡ Regresa a la formación y vámonos hasta el centro de África, donde existen montañas y árboles deslumbrantes!

Pero la joven nube, rebelde por naturaleza, no obedeció.

Poco a poco bajando de altitud hasta conseguir planear en una suave brisa, cerca de las arenas doradas.

Después de pasear mucho se dio cuenta de que una de las dunas le estaba sonriendo.

Vio que ella también era joven, recién formada por el viento que acababa de pasar. Y al momento se enamoró de su cabellera dorada.

- Buenos días - dijo la nube - ¿ Cómo se vive ahí abajo ?
- Tengo la compañía de otras dunas, del sol, del viento y las caravanas que de vez en cuando pasan por aquí. A veces hace mucho calor, pero se puede aguantar ¿ y allí arriba?
- También existen el viento y el sol pero la ventaja es que puedo pasear por el cielo y conocer muchas cosas.
- Para mí la vida es muy corta. Cuando el viento vuelva de las selvas desapareceré.
- ¿ Y eso te entristece ?
-  Me da la impresión de que no sirvo para nada.
- Yo siento lo mismo. En cuanto pase un viento nuevo, iré hacia el sur y me transformaré en lluvia, mientras tanto este es mi destino.

La duna vaciló un poco, pero diciendo :
- ¿Sabes que aquí en el desierto decimos que la lluvia es el paraíso?
- No sabía que podía transformarme en algo tan importante- dijo la nube orgullosa.
- Ya escuche varias leyendas contadas por viejas dunas. Dicen que la lluvia nos dejaría cubiertas de lluvia y flores. Pero yo nunca sabré lo que es eso porque en el desierto casi nunca llueve.

Ahora fue la nube quien vaciló pero enseguida volvió a abrir su amplia sonrisa:
- Si quieres, puedo cubrirte de lluvia. Aunque acabo de llegar me he enamorado de ti y me gustaría quedarme aquí para siempre.
- Cuando te vi por primera vez también me enamoré pero si transformas tu linda cabellera blanca en lluvia, terminarías muriendo.
- El amor nunca llueve, se transforma. Y yo quiero mostrarte el paraíso.

Y comenzó a acariciar la duna con pequeñas gotas. Así permanecieron juntas mucho tiempo hasta que apareció un arcoíris.
Al día siguiente, la pequeña duna estaba cubierta de flores, otras nubes que pasaban en dirección a centro África pensaba que allí estaba el bosque y soltaban mas lluvia.

20 años después la duna estaba convertida en un oasis que refrescaba a los viajeros gracias a una nube enamorada que no temió dar la vida por Amor"


http://www.youtube.com/watch?v=KGcSuKhpkEQ


Otro  de los grandes escritores de los que he aprendido mucho es el gran terapeuta argentino  Bucay. Os comparto a continuación una selección de los cuentos que mas me han aportado de Él.

El elefante encadenado.

Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante. Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de su peso, tamaño y fuerza descomunal... pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.
Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir.
El misterio es evidente:
¿Qué lo mantiene entonces?
¿Por qué no huye?
Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapa porque estaba amaestrado.
Hice entonces la pregunta obvia:
–Si está amaestrado ¿por qué lo encadenan?
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.
Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca... y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.
Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta:
El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.
Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca.
Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo.
La estaca era ciertamente muy fuerte para él.
Juraría que se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía...


Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a sus destino.
Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no escapa porque cree –pobre– que NO PUEDE.
Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer.
Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro.
Jamás... jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra vez...
Vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad... condicionados por el recuerdo de «no puedo»...
Tu única manera de saber, es intentar de nuevo poniendo en el intento todo tu corazón...

 


 

Las ranitas en la crema.

 

 

Había una vez dos ranas que cayeron en un recipiente de crema.

Inmediatamente sintieron que se hundían; era imposible nadar o flotar mucho tiempo en esa masa espesa como arenas movedizas. Al principio, las dos patalearon en la crema para llegar al borde del recipiente pero era inútil, sólo conseguían chapotear en el mismo lugar y hundirse. Sintieron que cada vez era más difícil salir a la superficie a respirar.

Una de ellas dijo en voz alta:

—No puedo más. Es imposible salir de aquí, esta materia no es para nadar. Ya que voy a morir, no veo para qué prolongar este dolor. No entiendo qué sentido tiene morir agotada por un esfuerzo estéril.

Y dicho esto, dejó de patalear y se hundió con rapidez siendo literalmente tragada por el espeso líquido blanco.

La otra rana, más persistente o quizás más tozuda, se dijo:

—¡No hay caso! Nada se puede hacer para avanzar en esta cosa. Sin embargo ya que la muerte me llega, prefiero luchar hasta mi último aliento. No quisiera morir un segundo antes de que llegue mi hora.

Y siguió pataleando y chapoteando siempre en el mismo lugar, sin avanzar un centímetro. ¡Horas y horas!.Y de pronto... de tanto patalear y agitar, agitar y patalear... La crema, se transformó en manteca.

La rana sorprendida dio un salto y patinando llegó hasta el borde del pote.

Desde allí, sólo le quedaba ir croando alegremente de regreso a casa.


 

Por una jarra de Vino.

Había una vez... otro rey. Este era el monarca de un pequeño país: el principado de Uvilandia. Su reino estaba lleno de viñedos y todos sus súbditos se dedicaban a la fabricación de vino. Con la exportación a otros países, las 15.000 familias que habitaban Uvilandia ganaban suficiente dinero como para vivir bastante bien, pagar los impuestos y darse algunos lujos.

Hacía ya varios años que el rey estudiaba las finanzas del reino. El monarca era justo y comprensivo, y no le gustaba la sensación de meterle la mano en los bolsillos a los habitantes de Uvilandia. Ponía gran énfasis, entonces, en estudiar alguna posibilidad de rebajar los impuestos.

Hasta que un día tuvo la gran idea. El rey decidió abolir los impuestos. Como única contribución para solventar los gastos del estado, el rey pediría a cada uno de sus súbditos que una vez por año, en la época en que se envasaran los vinos, se acercaran a los jardines del palacio con una jarra de un litro del mejor de su cosecha. Lo vaciarían en un gran tonel que se construiría para entonces, para ese fin y en esa fecha.

De la venta de esos 15.000 litros de vino se obtendría el dinero necesario para el presupuesto de la corona, los gastos de salud y de educación del pueblo.

La noticia fue desparramada por el reino en bandos y pegada en carteles en las principales calles de las ciudades. La alegría de la gente fue indescriptible. En todas las casas se alabó al rey y se cantaron canciones en su honor.

En cada taberna se levantaron las copas y se brindó por la salud y la prolongada vida del buen rey.

Y llegó el día de la contribución. Toda esa semana en los barrios y en los mercados, en las plazas y en las iglesias, los habitantes se recordaban y recomendaban unos a otros no faltar a la cita. La conciencia cívica era la justa retribución al gesto del soberano.

Desde temprano, empezaron a llegar de todo el reino las familias enteras de los viñateros con su jarra, en la mano del jefe de familia. Uno por uno subía la larga escalera hasta el tope del enorme tonel real, vaciaba su jarra y bajaba por otra escalera al pie de la cual, el tesorero del reino colocaba en la solapa de cada campesino, un escudo con el sello del rey.

A media tarde, cuando el último de los campesinos vació su jarra, se supo que nadie había faltado. El enorme barril de 15.000 litros estaba lleno. Del primero al último de los súbditos habían pasado a tiempo por los jardines y vaciado sus jarras en el tonel.

El rey estaba orgulloso y satisfecho; y al caer el sol, cuando el pueblo se reunió en la plaza frente al palacio, el monarca salió a su balcón aclamado por su gente. Todos estaban felices. En una hermosa copa de cristal, herencia de sus ancestros, el rey mandó a buscar una muestra del vino recogido. Con la copa en camino, el soberano les habló y les dijo:

—Maravilloso pueblo de Uvilandia: tal como lo imaginé, todos los habitantes del reino han estado hoy en el palacio.

Quiero compartir con ustedes la alegría de la corona, por confirmar que la lealtad del pueblo con su rey, es igual que la lealtad del rey con su pueblo. Y no se me ocurre mejor homenaje que brindar por ustedes con la primera copa de este vino, que será sin dudas un néctar de dioses, la suma de las mejores uvas del mundo, elaboradas por las mejores manos del mundo y regadas con el mayor bien del reino, el amor del pueblo.

Todos lloraban y vivaban al rey.

Uno de los sirvientes acercó la copa al rey y éste la levantó para brindar por el pueblo que aplaudía eufórico... pero la sorpresa detuvo su mano en el aire, el rey notó al levantar el vaso que el líquido era transparente e incoloro; lentamente lo acercó a su nariz, entrenada para oler los mejores vinos, y confirmó que no tenía olor ninguno. Catador como era, llevó la copa a su boca casi automáticamente y bebió un sorbo.

¡El vino no tenía gusto a vino, ni a ninguna otra cosa...!

El rey mandó a buscar una segunda copa del vino del tonel, y luego otra y por último a tomar una muestra desde el borde superior. Pero no hubo caso, todo era igual: inodoro, incoloro e insípido.

Fueron llamados con urgencia los alquimistas del reino para analizar la composición del vino. La conclusión fue unánime: el tonel estaba lleno de AGUA, purísima agua y cien por cien agua.

Enseguida el monarca mandó reunir a todos los sabios y magos del reino, para que buscaran con urgencia una explicación para este misterio. ¿Qué conjuro, reacción química o hechizo había sucedido para que esa mezcla de vinos se transformara en agua...?

El más anciano de sus ministros de gobierno se acercó y le dijo al oído:

—¿Milagro? ¿Conjuro? ¿Alquimia? Nada de eso, muchacho, nada de eso. Vuestros súbditos son humanos, majestad, eso es todo.

—No entiendo –dijo el rey.

—Tomemos por caso a Juan. Juan tiene un enorme viñedo que abarca desde el monte hasta el río. Las uvas que cosecha son de las mejores cepas del reino y su vino es el primero en venderse y al mejor precio..Esta mañana, cuando se preparaba con su familia para bajar al pueblo, una idea le pasó por la cabeza... ¿Y si yo pusiera agua en lugar de vino, quién podría notar la diferencia...?

Una sola jarra de agua en 15.000 litros de vino... nadie notaría la diferencia... ¡Nadie!

...Y nadie lo hubiera notado, salvo por un detalle, muchacho, salvo por un detalle:

¡TODOS PENSARON LO MISMO!


 

Carpintería El siete.

Era una pequeña casucha, casi un ranchito en las afueras de la ciudad. Un pequeño taller adelante con unas pocas máquinas y herramientas, dos piezas, una cocina y un rudimentario baño atrás...

Sin embargo, Joaquín no se quejaba, en estos dos años el taller de carpintería “El 7” se había hecho conocer en el pueblo y él ganaba suficiente dinero como para no tener que recurrir a sus magros ahorros.

Esa mañana, como todas, se levantó a las seis y media para ver salir el sol. No obstante, no llegó al lago. En el camino, a unos 200 metros de su casa, casi tropezó con el cuerpo herido y maltrecho de un joven.

Con rapidez, se arrodilló y apoyó su oído contra el pecho del joven... débilmente, allá en el fondo, un corazón luchaba por mantener lo que quedaba de vida en ese cuerpo sucio y hediente a sangre, a mugre y a alcohol.

Joaquín fue a buscar y trajo una carretilla, sobre la que cargó al joven. Al llegar a la casa tendió el cuerpo sobre su cama, cortó las raídas ropas y lo higienizó cuidadosamente con agua, jabón y alcohol.

El muchacho, además de su borrachera había sido golpeado con salvajismo. Tenía heridas cortantes en las manos y la espalda, y su pierna derecha estaba fracturada.

Durante los siguientes dos días, toda la vida de Joaquín se centró en la salud de su obligado huésped: curó y vendó las heridas, entablilló su pierna y alimentó al joven de a pequeñas cucharadas con caldo de pollo..Cuando el joven despertó, Joaquín estaba a su lado mirándolo con ternura y ansiedad.

—¿Cómo estás? –preguntó Joaquín.

—Bien... creo –respondió el joven mientras se miraba su cuerpo aseado y curado —¿quién me curó?

—Yo.

—¿Por qué?

—Porque estabas herido.

—¿Sólo por eso?

—No, también porque necesito un ayudante.

Y ambos rieron con ganas.

Bien comido, bien dormido y sin beber alcohol, Manuel, que así se llamaba el joven, se fortaleció enseguida.

Joaquín intentaba enseñarle el oficio y Manuel intentaba rehuir del trabajo todo lo que podía. Una y otra vez Joaquín inculcaba en aquella cabeza deteriorada por la vida transcurrida, las ventajas del buen trabajo, del buen nombre y de la vida buena. Una y otra vez, Manuel parecía entender y dos horas o dos días después, volvía a quedarse dormido o se olvidaba de cumplir con la tarea que Joaquín le había encomendado.

Pasaron meses. Manuel estaba curado. Joaquín había destinado para Manuel la habitación principal, una participación en el negocio y el primer turno del baño, a cambio de la promesa del joven, de dedicación al trabajo.

Una noche, mientras Joaquín dormía, Manuel decidió que seis meses de abstinencia eran bastante y creyó que una copa en el pueblo no le haría daño. Por si Joaquín se despertaba en la noche, cerró la puerta de su habitación desde adentro y salió por la ventana dejando la vela encendida para dar la impresión de que se encontraba allí.

A la primera copa siguió la segunda, y a esta la tercera, y la cuarta, y otras muchas...

Cantaba con sus compañeros de trago, cuando pasaron los bomberos por la puerta del boliche haciendo sonar la sirena.

Manuel no asoció este hecho con lo ocurrido hasta que de madrugada, tambaleándose hasta su casa, vio la muchedumbre reunida en su cuadra....Sólo alguna pared, las máquinas y unas pocas herramientas se salvaron del incendio. Todo lo demás quedó destruido por el fuego. De Joaquín sólo se encontraron cuatro o cinco huesos chamuscados, que enterraron en el cementerio bajo una lápida donde Manuel hizo escribir:

“LO HARÉ, JOAQUÍN. ¡LO HARÉ!”

Con mucho trabajo, Manuel, reconstruyó la carpintería.

Él era vago, pero hábil y lo que aprendió de Joaquín alcanzó para llevar adelante el negocio.

Siempre sentía que, desde algún lugar, Joaquín lo miraba y alentaba. Manuel lo recordaba en cada logro: su casamiento, el nacimiento de su primer hijo, la compra de su primer auto...

...A quinientos kilómetros de allí Joaquín, vivito y coleando, se preguntaba si era lícito mentir, engañar y prenderle fuego a esa casa tan bonita sólo para salvar a un joven.

Se contestó que sí, y rió de sólo pensar en la policía de pueblo que confunde huesos humanos con huesos de cerdo...

Su nueva carpintería era un poco más modesta que la anterior, pero ya era conocida en el pueblo... se llamaba...

CARPINTERÍA “EL 8”

—A veces, Demián, la vida te hace difícil poder ayudar a un ser querido. No obstante, si hay alguna dificultad que vale la pena enfrentar, es la de estar para otro.

Esto no es un “deber moral” ni nada que se le parezca, esta es una elección de vida que cada uno puede hacer a su tiempo y en la dirección que desee.

Mi experiencia personal vivencial y observatoria me hace creer que el ser humano libre y encontrado consigo mismo es generoso, solidario, amable y capaz de disfrutar por igual del dar y del recibir. Por lo tanto, cada vez que te encuentres con aquellos que viven mirándose al ombligo, no los odies; ya bastante despelote deben tener con ellos mismos. Cada vez que te descubras en actitudes mezquinas, ruines o pequeñas,.aprovecha para preguntarte qué te está pasando. Te garantizo que en algún lugar erraste el rumbo.

Alguna vez, escribí:

Un neurótico no necesita un terapeuta que lo cure ni un papito que lo cuide.

Todo lo que necesita es un maestro que le muestre dónde perdió el camino..

 


 

La Última hoja.

Esta historia transcurre en la Francia de 1900, en los comienzos de un durísimo invierno.

Marie era una niña de 11 años que vivía en una antigua casa parisina. Desde que el frío se había hecho sentir, ella empezó a quejarse de un intenso dolor en la espalda que se volvía intolerable al toser. Cuando el médico fue a verla, le dio su madre el diagnóstico que más temía: tuberculosis.

En esa época, todavía sin antibióticos, la infección era casi una garantía de muerte. Lo único que los médicos podían hacer era recetar algunos paliativos para el dolor, cuidados generales, reposo… y fe.

-Estos pacientes – como casi todos- les dijo el profesional – tienen más posibilidades de curarse si luchan contra la enfermedad; si Marie dejara de pelear por su vida, moriría en algunas semanas – y luego agregó, sabiendo que era más un deseo que un pronóstico -. Estoy seguro de que si la mantenemos calentita, bien alimentada y con muchos deseos de vivir, cuando el invierno pase, ella estará fuera de peligro y la tuberculosis será sólo un mal recuerdo.

Cuando el doctor se fue, la madre de la niña miró el calendario. Faltaban todavía dos largos meses para que llegara la primavera…

Sabiendo que ninguno de sus compañeros de clase vendría a verla, por el comprensible aunque injustificado temor al contagio, la madre se llegó hasta la escuela de Marie para rogarle a la maestra a que se acercase a casa a darle algunas clases, no tanto por el aprendizaje como por emplear algo de su tiempo de encierro y aburrimiento. La maestra le dijo que no podía hacerlo. Lo sentía, pero había cuatro niños en el curso en la misma situación, ella no podía ocuparse de ellos, debía cuidar de los que todavía asistían a clase.

Al día siguiente, mientras colgaba guirnaldas caseras por la casa tratando de contagiar la alegría que no sentía por las fiestas, la madre vio la pálida cara de su hija y la tristeza reflejada en su expresión. Fue entonces cuando tuvo la idea. Con la ayuda de la casera, se ocupó esa mañana de mover todos los muebles de la casa para poder llevar la cama de Marie junto a la ventana de la sala que daba al pequeño patio central compartido. Desde allí, pensó la madre, por lo menos verá ese pequeño patio interior, el ciprés en el centro del jardín, las enredaderas en las paredes, las ventanas de los otros dos edificios. Seguramente, se dijo, se distraerá aunque sea viendo a la gente pasar de ida y de vuelta de sus ocupaciones o de sus compras de fin de año.

Entrado enero, el invierno se volvió más y más frío, y con ello la niña se agravó. Más de una noche un ataque de tos terminó con vómito de sangre y la consiguiente desesperación de la pobre jovencita y de su madre.

Una mañana al volver de la compra, la madre encontró a Marie con la mirada perdida de cara al ventanal. Nada tenía que ver ya esa niña con la Marie que ella recordaba de a penas unas semanas atrás. La madre la abrazó con fuerza sosteniendo la cabeza de su hija contra su pecho, tratando de que su hija no se diera cuenta de que lloraba. La niña señaló hacia el patio y le dijo:

-Mira, mami, ¿ves esa enredadera en la pared del edificio de enfrente? Hace semanas estaba llena de hojas, algunas más verdes, otras más amarillas. Mírala ahora qué pocas hojas le quedan. Acabo de pensar que cuando la última de las hojas de la enredadera caiga, mi vida también llegará a su fin.

-No tienes que pensar en eso- le dijo su madre, acomodando las almohadas y secándose las lágrimas de espaldas ala niña-. En primavera, de todas las enredaderas surgen nuevas hojas y la vida verde vuelve a nacer.

-Pero son otras hojas…- pensó la jovencita sin decirlo.

La enfermedad seguía su curso con altas y bajas, pero cada vez que el médico venía a visitarla veía cómo el ánimo de la paciente decaía en la misma magnitud que su estado general.

Hasta que una mañana la madre descubrió a Marie muy interesada, mirando hacia arriba por la ventana. Sin querer interrumpir, la madre se acercó con cuidado tratando de ver qué es lo que llamaba la atención de su hija. Se trataba de un joven pintor que, junto a su ventana en el tercer piso del edificio de frente, pintaba con colores vivos imágenes de París: Notre-Dame, Montmartre, el Moulin Rouge…

Por primera vez en muchos días, la madre vio a Marie entusiasmada alegre. La madre compartía esa alegría, algo por fin había captado su interés, quizás ella pudiera convencer al joven pintor para ayudarla.

Esa misma tarde la madre cruzó hacia el edificio y llamó a la puerta del artista. Cuando el joven y estrafalario artista abrió, le contó que era la madre de una niña que vivía en la planta baja, en el edificio de enfrente, le dijo que padecía una grave enfermedad, y lo que el médico había dicho.

-Lo siento mucho, señora- dijo el pintor –pero no entiendo para qué ha venido a contarme todo esto.

-Vine a pedirle que se acerque a darle algunas clases de dibujo, o de pintura a Marie. A ella siempre le interesó el arte, ¿sabe usted? Si usted pudiera bajar a casa de vez en cuando a charlar con Marie… yo, por supuesto, le pagaré lo que pida…- y con un tono de ruego terminó diciendo-. Su vida ¿sabe?, quizá depende de que usted acepte el encargo.

No por el dinero sino por la pena que le daba la imagen de la niña que ya había visto desde la ventana, el joven artista empezó a bajar un día sí y otro también a casa de Marie, llevando consigo algunas telas, carbones y colores para hablar de pintura y para animar a la joven a que utilizase su tiempo en cama para dibujar y pintar.

Durante las siguientes semanas, creció entre ellos una extraña amistad.

Una tarde, cuando el pintor bajó a verla, Marie lloraba en su cama.

-¿Qué sucede, mon cher?- le preguntó.

Marie le contó de su relación con la enredadera y luego le dijo:

-Ayer, después de que te fuiste, hubo mucho viento y muchas hojas cayeron. Cuando la tormenta pasó conté las hojas que quedaban. De las miles que había entre sus ramas sólo quedan veintiocho. Yo sé lo que eso significa: si se cayeran todas hoy, no habría un mañana para mí.

El pintor intentó convencer a Marie de que esa asociación era una tontería:

-La vida seguirá de todas maneras- le dijo -, no debes pensar jamás así. Tienes que practicar las escalas de colores y dibujar las manzanas que te pedí; si no, nunca llegarás a exponer. De hecho, gracias a haber practicado mucho en mi vida me ha llegado una invitación para exponer mis pinturas en América.

-¿Te irás?- preguntó Marie, sin querer escuchar la respuesta.

-Volveré en Mayo como muy tarde- le dijo el pintor-. Allí, si has practicado iremos a pintar en al campiña, recorreremos los museos y te enseñaré a pintar con óleo.

-No sé si estaré cuando regreses, pintor- contestó Marie-. Depende de la enredadera.

El artista, encariñado con la jovencita, la abrazó y prefirió no hablar de esa fantasía. Sólo la besó en la frente y le dejó indicaciones de qué hacer para estar ocupada hasta que él regresase.

Cuando se fue, Marie sintió como si el mundo se le derrumbara y en un negro presagio vio como, mientras el pintor cruzaba hacia su casa, el viento arrancaba de la enredadera tres hojas de golpe y las dejaba caer violentamente en el patio.

Desde ese día, cada mañana la niña controlaba desde su ventana la cantidad de hojas que quedaban en la enredadera… y cada mañana registraba un agudo dolor en el pecho cuando comprobaba que, durante la noche, alguna de sus acompañantes había caído para siempre.

-¿Qué pasa, hija?- le preguntó su madre, después de una agitada y febril noche.

-Mira, mamá- dijo Marie, señalando por la ventana-. Sólo quedan tres hojitas: una abajo junto al cuadro, otra en mitad de la pared y una más solita, arriba de todo, al lado de la ventana del pintor. Tengo miedo, mamá.

-No te asustes- contestó la madre, con una convicción que no tenía-. Esas hojitas van a aguantar; son las más fuertes, ¿entiendes? Sólo faltan dos semanas para que llegue la primavera.

La mirada divertida de Marie se transformó en la oscura expresión de un obsesivo control de las pobres tres hojitas. Y una noche de febrero, en medio de una feroz tormenta de viento y lluvia, la hoja del medio se soltó de su amarra y voló lejos. Marie no dijo nada pero redobló sus rezos para pedirla al buen Dios que protegiera sus hojitas.

-Mamá- gritó una mañana -. Mamá, ven.

-¿Qué pasa, hija?

-Queda sólo una, mami, sólo una. La de debajo de todo se cayó anoche. Me voy a morir, mami, me voy a morir. Por favor abrázame, tengo miedo, mamita. Mucho miedo.

-Hay que tener fe, hijita- dijo la madre tragando saliva y reprimiendo el llanto de su propio miedo-. Además, faltan pocos días para la primavera y todavía queda una hoja. Es la hoja campeona ¿sabes?

-Sí, pero hace un rato la vi temblar… Tápame, mamá, tengo frío.

La madre la arropó con sus mantas y fue a buscar unos paños húmedos. La niña tenía mucha fiebre.

Cada momento que Marie estaba despierta miraba por la ventana a la única hoja que todavía resistía. En la punta de la enredadera, la pequeña hoja marrón verdoso se aferraba solitaria a su base, y la niña, al verla, cruzaba instintivamente los dedos pidiéndole que resistiera para que ella también pudiera salvarse.

Y la hoja resistía.

Nieve, lluvia y viento.

Pasaron los días y la hoja aguantó…

Hasta que una mañana, mientras Marie miraba su esperanza, vio que un rayo de sol iluminaba la hoja, y descubrió que a su lado y más abajo en la enredadera pequeños botones verdes habían empezado a aparecer.

-Mami, mami, la hoja ha resistido, llegó la primavera, mami. ¿No es maravilloso?

La madre corrió junto a su hija y la abrazó con lágrimas en sus ojos. Ella no pensaba en la enredadera sino en su hija, que también se había salvado.

-Sí, hija, es maravilloso.

Pasaron los días y la niña comenzó a recuperar sus fuerzas muy despacio.

En la primera salida a la calle que el médico autorizó, Marie corrió al edificio de enfrente para preguntar por su amigo el pintor.

La casera se sorprendió al verla, quizás porque no era habitual que alguien sobreviviera a la tuberculosis.

-Me alegro de que estés bien- le dijo mientras la besaba con sincera alegría-. Tu amigo todavía no ha vuelto, pero me ha asegurado que en unas semanas lo tendremos por aquí. Mandó esto para ti.

Y remetiendo la mano en su escote, le alargó una carta para ella:

PARA ENTREGAR A MI AMIGA MARIE

“Hola, Marie.

Tal como ves, todo ha pasado.

Para cuando leas esto faltarán días para retomar nuestras clases de pintura.

Yo he comprado nuevos colores y pinceles; así que quiero regalarte los que fueron míos.

Dile a la casera que te abra mi apartamento y llévate mis cosas.

Practica mucho, recuerda las manzanas… y las escalas de colores.”

 

La niña saltaba de alegría. Después de pedir la llave a la casera, subió a la pequeña buhardilla a por sus pinturas.

Una vez allí, se acercó a recoger el atril que estaba, como siempre, junto a la ventana. Mirando hacia fuera vio, desde arriba, su propia cama en el edificio de enfrente.

Sin pensarlo, Marie abrió la ventana e instintivamente buscó a su amiga la hoja heroica, la que aguantó todo, la más fuerte de todas las hojas…

Y la vio.

Allí estaba en la pared, a un lado, muy cerca del marco de madera de la ventana.

Allí estaba. Pero no era una hoja verdadera, era una hoja que había pintado en el ladrillo su amigo el pintor…

 

http://www.youtube.com/watch?v=obbqQnMZrHA


Os comparto a continuación relatos cortos de varios autores.

Vida para una estrella de mar.

En un lejano paraje de sol y de paz se hallaba un escritor, de nombre Cronom, que vivía junto a un pequeño poblado de pescadores. Su vida era tranquila y gozaba del respeto y la estima de las personas que lo conocían. Cronom, amante de los silencios y de la contemplación de la naturaleza, todas las mañanas solía caminar al alba por la orilla del mar, observando el disco solar, que, pleno de vida y fuerza, le envidiaba las más bellas inspiraciones.

Sucedió que un día, aparentemente como todos, paseando por aquella desierta playa, Cronom divisó a una joven que, por sus movimientos, parecía estar bailando sobre la orilla. Poco a poco, conforme se fue acercando, comprobó que se trataba de una muchacha que recogía las estrellas de mar que hallaba en la arena y que las devolvía al océano con gracia y ligereza.

- ¿Por qué hace eso?- preguntó el escritor un tanto intrigado.
- ¿ No se da usted cuenta ?- replicó la joven-.

Con este sol de verano, si las estrellas se quedan aquí, en la playa, se secarán y morirán.
El escritor, sonriendo, contestó:
- Joven, existen miles de kilómetros de costa y centenares de miles de estrellas de mar...

¿ Qué consigue con esto? Usted sólo devuelve unas pocas al océano.
La joven, tomando otra estrella en su mano mirándola fijamente, dijo:

- Tal vez, pero para ésta ya he conseguido algo.... y la lanzó al mar. Al instante le dedicó una amplia sonrisa y siguió su camino.

Aquella noche el escritor no pudo dormir....
Cuando llegó el alba, salió de su casa, buscó a la joven en la playa dorada, se reunió con ella y, sin decir palabra, comenzó a recoger estrellas y a devolverlas al mar.

                                        José María Doria

El poder de la verdad

En una lejana ciudad nació un niño que era transparente. Se veía latir su corazón y sus pensamientos, inquietos como peces de colores en su pecera. Una vez, el niño dijo una mentira, por equivocación, y la gente vio algo como una bolita de fuego a través de su frente; dijo la verdad y la bolita desapareció. Durante el resto de su vida no volvió a decir mas mentiras. Se llamaba Jaime pero le llamaban Jaime de Cristal, y todos lo apreciaban por su lealtad.

Un día subió al gobierno de aquel país un feroz dictador y comenzó un periodo de opresiones y de miseria para el pueblo. El que osaba protestar desaparecía sin dejar huella. La gente callaba y aguantaba temerosa de las consecuencias. Pero Jaime no podía callar.

Aunque no abriese la boca, como era transparente todos leían en su frente sus pensamientos de condena a las injusticias del tirano. Luego, a escondidas, la gente comentaba los pensamientos de Jaime y así renacía en ellos la esperanza. El tirano hizo detener a Jaime de Cristal y ordenó que lo encerraran en la más oscura de las prisiones.

Pero entonces sucedió algo extraordinario. Las paredes de la celda de Jaime se volvieron transparentes, y luego también los muros exteriores de la prisión. La gente que pasaba cerca de la cárcel veía a Jaime sentado en su taburete y continuaban leyendo sus pensamientos. Por la noche, la prisión esparcía una gran luminosidad y el tirano hacía cerrar todas las cortinas de su palacio para no verla, pero ni así conseguía dormir. Incluso estando encarcelado, Jaime de Cristal era mas poderoso que él, porque la verdad es más poderosa que cualquier otra cosa, más luminosa que el día, más terrible que el huracán.

Gianni Rodari


En busca de la magia

En el centro de China, hay un pueblo muy especial. Todos sus habitantes son magos. Nadie sabe de donde les viene la ciencia, pero lo son.  La magia no se enseña ni se aprende, solo se vive en ella.
En las calles, los niños juegan con sus manos, convirtiéndolas en mariposas leves. Los viejos hacen magia con las palabras, hechizando con sus voces al que pasa; enredando sus cabellos y sus sueños con historias ....
La fama del pueblo mágico llegó Liu, la de los ojos hermosos. Enseguida supo que aquel era su destino. No importaba la lejanía o el frío, la soledad. Allí debía ir. Porque ella quería vivir la magia, aprenderla, disfrutarla y ofrecerla. Sobre todo, a sus hijos.
Y tras llorar la partida, Liu inició su largo camino. Un  día lluvioso y frío llegó a aquel pueblo para ella tan preciado. Y buscó. Y preguntó sin descanso, bebiendo con pasión todo cuanto allí ocurría. Pero, al final del día, agotada y hambrienta, supo que la magia que tanto deseaba no sería suya. Se le escurría de la piel y se perdía entre las piedras.
Y Liu lloró. Lloró sin tregua y sin vergüenza, vaciando toda su tristeza. Y, como por arte de magia, a su lado vio a su lado vio a un niño precioso. Suavemente, la criatura cogió sus manos, las acarició y, volviendo sus palmas hacia arriba, las llenó de pétalos blancos.
- Cómelos y confía. Sólo estás cansada, no perdida; todo llega en su momento. Búscalo en los ojos de tus hijos.
Ahora sus lágrimas ya no eran amargas; sabían a fruta y a consuelo; resbalaban por su rostro hasta rodar por el suelo, tintineando como perlas de río. Y, mirándose en ellas, Liu vio los ojos de su hija que le decían: "No tengas miedo, mamá; vuelve a casa."

Susana Rodrigo


Belleza para vivir.


Una mañana llegó a las puertas de la ciudad un mercader árabe y allí se encontró con un pordiosero medio muerto de hambre. Sintió pena de él y le socorrió dándole dos monedas de cobre.


Horas mas tarde, los dos hombres volvieron a coincidir cerca del mercado:

- ¿Qué has hecho con las monedas que te he dado ? - Preguntó el mercader.


- Con una de ellas me he comprado pan, para tener de qué vivir; con la otra me he comprado una rosa para tener por qué vivir.


Jaume Soler y  Mercé Conangla


Escoger la Alegría


Cuentan que un día un discípulo, al ver a su maestro muy sonriente, a pesar de los muchos problemas que sabía que sufría últimamente, le preguntó:


- Maestro ¿Cómo consigues estar siempre alegre y contento?


El maestro respondió:


- Querido discípulo, no hay grande secretos para esto. Cada mañana cuando me despierto, me hago la misma pregunta: ¿ Qué elijo hoy, estar contento o estar triste? Y siempre, hijo mío, escojo la alegría.


Anónimo







 

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