Buenos Días.
¿ Quien no se acuerda de los cuentos clásicos de nuestra infancia como por ejemplo el Gato con Botas o del cuento de los 7 cabritillos...?
Para cualquier niño, este tipo de cuentos causa un gran impacto, se trata de la primera ventana al mundo que les rodea, pero uno de adulto tampoco deja de aprender del mundo animal porque es tanto lo que se puede aprender de la naturaleza....
En el comienzo de fin de semana os comparto una selección de los cuentos clásicos menos conocidos al menos para mí de los Hermanos Grimm en los que me admira cómo estos grandes genios de la literatura enseñaban desde lo mas sencillo hasta lo más complejo de la manera mas simple.
LA BRIZNA DE PAJA, LA BRASA Y LA JUDIA VERDE VAN DE
VIAJE
Eranse una brizna de paja,
una brasa y una judía verde que se unieron y quisieron hacer juntas un gran
viaje. Habían recorrido de ya muchas
tierras cuando llegaron a un arroyo que no tenía puente y no podían cruzarlo.
Al fin, la brizna de paja encontró la solución: se tendería sobre el arroyo
entre las dos orillas y las otras pasarían por encima de ella, primero la
brasa y luego la judía verde. La brasa empezó a cruzar despacio y a sus anchas;
la judía verde la siguió a pasitos cortos. Pero cuando la brasa llegó a la
mitad de la brizna de paja, ésta empezó a arder y se quemó. La brasa cayó al
agua, hizo pssshhh... y se murió. A la brizna de paja, partida en dos trozos,
se la llevó la corriente. La judía verde, que iba algo más atrás, se escurrió
también y cayó, aunque pudo valerse un poco nadando. Al final, sin embargo,
tuvo que tragar tanta agua que reventó y, en aquel estado, fue arrastrada hasta
la orilla. Por suerte había allí sentado un sastre, que descansaba de su
peregrinaje. Como tenía a mano aguja e hilo, la cosió y la dejó de nuevo
entera. Desde entonces todas las judías verdes tienen una hebra.
Según otro relato, la
primera que pasó sobre la brizna de paja fue la judía verde, que llegó sin
dificultad al otro lado y observó cómo la brasa se iba acercando a ella desde
la orilla puesta. En mitad del agua quema la brizna de paja, se cayó e hizo
¡psssssssssssshhhh…Al verlo, la judía verde se rió tanto que reventó. El sastre
de la orilla la cosió y la dejó de nuevo entera, pero en ese momento solo tenía
hilo negro y por eso todas las judías verdes tienen una hebra negra.
LA CHUSMA
H
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abía una vez un gallito que le dijo ala gallinita:
-Las nueces están maduras.
Vayamos juntos a la montarla y démonos un buen festín antes de que la ardilla
se las lleve todas.
-Sí -dijo la gallinita-,
varaos a darnos ese gusto.
Se fueron los dos juntos y,
como el día era claro, se quedaron hasta por la tarde. Yo no sé muy bien si fue
por lo mucho que habían comido o porque se volvieron muy arrogantes, pero el
caso es que no quisieron regresar a casa andando y el gallito tuvo que
construir un pequeño coche con cáscaras de nuez. Cuando estuvo terminado, la
gallinita se montó y le dijo al gallito:
-Anda, ya puedes engancharte
al tiro.
-¡No! -dijo el gallito-.
¡Vaya, lo que me faltaba! ¡Prefiero irme a casa andando antes que dejarme enganchar
al tiro! ¡Eso no era lo acordado! Yo lo que quiero es hacer de cochero y
sentarme en el pescante, pero tirar yo... ¡Eso sí que no lo haré!
Mientras así discutían,
llegó un pato graznando:
-¡Eh, vosotros, ladrones!
¡Quién os ha mandado venir a mi montaña (le las nueces? ¡lo vais a pagar caro!
Dicho esto, se abalanzó
sobre el gallito. Pero el gallito tampoco perdió el tiempo y arremetió contra
el pato y luego le clavó el espolón con tanta fuerza que éste, le suplicó
clemencia y, como castigo, accedió a dejarse enganchar al tiro del coche. El
gallito se sentó en el pescante e hizo de cochero, y partieron al galope.
-¡Pato, corre todo lo que
puedas!
Cuando habían recorrido un
trecho del camino se encontraron a dos caminantes: un alfiler y una aguja de
coser. Los dos caminantes les echaron el alto y les dijeron que pronto sería
completamente de noche, por lo que ya no podrían dar ni un paso más, que, además,
el camino estaba muy sucio y que si podían montarse un rato; habían estado a
la puerta de la taberna del sastre y tomando cerveza se les había hecho demasiado
tarde. El gallito, como era gente flaca que no ocupaba mucho sitio, les dejó
montar, pero tuvieron que prometerle que no lo pisarían.
A última hora de la tarde
llegaron a una posada y, como no querían seguir viajando de noche y el pato,
además, ya no andaba muy bien y se iba cayendo de un lado a otro, entraron en
ella. El posadero al principio puso muchos reparos y dijo que su casa ya estaba
llena, pero probablemente también pensó que aquellos viajeros no eran gente
distinguida. Al fin, sin embargo, cedió cuando le dijeron con buenas palabras
que le darían el huevo que la gallinita había puesto por el camino y también
podría quedarse con el pato, que todos los días ponía uno.
Entonces se hicieron servir
a cuerpo de rey y se dieron la buena vida.
Por la mañana temprano,
cuando apenas empezaba a clarear y en la casa aún dormían todos, el gallito despertó
a la gallinita, recogió el huevo, lo cascó de un picotazo y ambos se lo
comieron; la cáscara, en cambio, la tiraron al fogón. Después se dirigieron a
la aguja de coser, que todavía estaba durmiendo, la agarraron de la cabeza y la
metieron en el cojín del sillón del posadero; el alfiler, por su parte, lo
metieron en la toalla. Después, sin más ni más, se marcharon volando sobre los campos.
El pato, que había querido dormir al raso y se había quedado en el patio, les
oyó salir zumbando, se despabiló y encontró un arroyo y se marchó nadando
arroyo abajo mucho más deprisa que cuando tiraba del coche. Un par de horas
después el posadero se levantó de la cama, se lavó y cuando fue a secarse con
la toalla se desgarró la cara con el alfiler. Luego se dirigió a la cocina y
quiso encenderse una pipa, pero cuando llegó al fogón las cáscaras del huevo
le saltaron a los ojos.
-Esta mañana todo acierta a
ciarme en la cabeza -dijo, y se sentó enojado en su sillón-. ¡Ay, ay, ay!
La aguja de coserle había
acertado e n un sitio aún peor, y no precisamente en la cabeza. Entonces se
puso muy furioso y sospechó de los huéspedes que habían llegado tan tarde la
noche anterior, pero cuando fue a buscarlos vio que se habían marchado. Así
juró que no volvería a admitiren su casita chusma como aquélla, que corre
mucho, no paga nada y encima lo agradece con malas pasadas.
LA ABEJA
REINA
Zafia
y disipada era la vida en la que cayeron dos príncipes que habían partido en
busca de aventuras, y así no podían volver de ninguna manera a su casa. El
benjamín, el bobo, salió en busca de sus hermanos. Cuando los encontró se
burlaron de que él, con su simpleza, quisiera abrirse camino en el mundo cuando
ellos dos, siendo mucho más listos, no eran capaces de salir adelante.
Se
pusieron a andar juntos y llegaron a un hormiguero. Los dos mayores quisieron
revolverlo para ver cómo las pequeñas hormigas correteaban asustadas de un
lado a otro llevando consigo sus huevos, pero él bobo dijo:
-Dejad
en paz a los animales. No consiento que los molestéis.
Luego
siguieron adelante y llegaron a un lago en el que nadaban muchos, muchos patos.
Los dos hermanos mayores quisieron cazar un par de ellos y asarlos, pero el
bobo dijo de nuevo:
-Dejad
en paz a los animales. No consiento que los matéis.
Finalmente
llegaron a una colmena. Dentro había tanta miel que rebosaba tronco abajo. Los
dos quisieron prender fuego bajo el árbol para que las abejas se asfixiaran y
ellos pudieran quitarles la miel. El bobo, sin embargo, los detuvo otra vez
diciendo:
-Dejad
en paz a los animales. No consiento que los queméis.
Los
tres hermanos llegaron entonces a un palacio en cuyas caballerizas había un
montón de caballos petrificados, pero no se veía a ningún ser humano. Recorrieron
todas las salas hasta que al final llegaron ante una puerta que tenía tres
cerrojos. En mitad de la puerta, sin embargo, había una mirilla y por ella se
podía ver lo que había dentro del cuarto. Allí vieron a un hombrecillo gris
sentado a una mesa y lo llamaron a voces, una vez..., dos veces..., pero no les
oyó. Finalmente lo llamaron por tercera vez y entonces se levantó y salió. No
dijo ni una palabra, pero los agarró y los condujo a una opípara mesa, y
cuando hubieron comido llevó a cada uno de ellos a un dormitorio. A la mañana
siguiente entró en el del mayor, le hizo señas con la mano y lo llevó a una
mesa de piedra, sobre la cual estaban escritas las tres pruebas que había que
superar para desencantar el palacio.
La
primera era así: en el bosque, debajo del musgo, estaban las mil perlas de la
princesa; había que buscarlas y antes de que se pusiera el sol no tenía que
faltar ni una sola o, de lo contrario, quien hubiera emprendido la prueba se
convertiría en una piedra. El príncipe fue allí y se pasó el día entero
buscando, pero cuando el día tocó a su fin no había encontrado más que cien y
quedó convertido en piedra. Al día siguiente emprendió la aventura el segundo
hermano, pero, al igual que el mayor, se convirtió en piedra por no haber
conseguido hallar más que doscientas.
Por
fin le tocó el turno al bobo y se puso a buscar en el musgo, pero era tan
difícil encontrar las perlas y se iba tan despacio que se sentó encuna de una
piedra y empezó a llorar. Y, según estaba allí sentado, el rey de las hormigas,
al que él una vez había salvado, llegó con cinco mil hormigas que, al cabo de
un rato, ya habían encontrado todas las perlas y las habían reunido en un
montón.
La
segunda prueba, en cambio, consistía en sacar del mar la llave de la alcoba de
la princesa. Cuando el bobo llegó al mar se acercaron nadando los patos a los
que él una vez había salvado; éstos se sumergieron y sacaron la llave del
fondo.
La
tercera prueba, sin embargo, era la más difícil: entre las tres durmientes
hijas del rey había que escoger a la más joven y predilecta; pero eran
exactamente iguales y en lo único que se diferenciaban era en que la mayor
había tomado un terrón de azúcar, la segunda sirope y la menor una cucharada
de miel, y había que acertar sólo por el aliento cuál de ellas había comido la
miel. Entonces llegó la reina de las abejas que el bobo había salvado del
fuego, tentó la boca de las tres y al final se posó en la boca que había
tomado miel, y el príncipe reconoció así a la verdadera.
Entonces
se deshizo el encantamiento, todo quedó liberado del sueño y los que eran de
piedra recuperaron su forma humana. El bobo se casó con la más joven y
predilecta de las princesas y cuando murió el padre de ella, se convirtió en
rey. Por su parte, sus dos hermanos se casaron con las otras dos hermanas.
DEL
RATONCITO, EL PAJARITO Y LA SALCHICHA
Érase
una vez un ratoncito, un pajarito y una salchicha que habían formado sociedad
y un hogar y llevaban mucho tiempo viviendo muy bien y maravillosamente en paz
y sus bienes habían aumentado admirablemente. El trabajo del pajarito consistía
en volar todos los días al bosque y llevar leña a casa. El ratón tenía que
llevar el agua, encender el fuego y poner la mesa, y la salchicha tenía que
cocinar.
¡Pero
al que bien le va siempre le apetece hacer cosas nuevas! Y un día el pajarito
se encontró por el camino con otro pájaro y le contó, elogiándola mucho, la
maravillosa vida que llevaba. El otro pájaro, sin embargo, le dijo que era un
desgraciado que hacía el peor trabajo mientras los otros dos se pasaban el día
muy a gusto en su casa. Que cuando el ratón había encendido su fuego y llevado
el agua se metía en su cuartito a descansar hasta que le decían que pusiera la
mesa. Y que la salchichita se quedaba junto a la olla mirando cómo se hacía la
comida y que cuando se acercaba la hora de comer no tenía más que pasarse un
poco por el puré o por la verdura y ya estaba todo engrasado, salado y
preparado. Y que cuando el pajarito llegaba finalmente a casa y dejaba su
carga ellos no tenían más que sentarse a la mesa y después de cenar dormían a
pierna suelta hasta la mañana siguiente, y que eso sí que era pegarse una buena
vida.
Al
día siguiente el pajarito, instigado por el otro, se negó a volver al bosque
diciendo que ya había hecho bastante de criado y ya le habían tomado bastante
por tonto y que ahora tenían que cambiarse y probar de otra manera. Y por mucho
que el ratón se lo rogó, y también la salchicha, el pájaro se salió con la
suya, y se lo echaron a suertes, y a la salchicha le tocó llevar la leña, al
ratón hacer de cocinero y al pájaro ir a por agua.
¿Y
qué pasó? Pues la salchichita se marchó a por leña, el pajarito encendió el
fuego y el ratón puso la olla, y los dos se quedaron solos esperando que
volviera a casa la salchichita con la leña para el día siguiente. Pero la
salchichita llevaba ya tanto tiempo fuera que los dos se temieron que no había
ocurrido nada bueno y el pajarito voló un trecho en su busca. No muy lejos,
sin embargo, se encontró con un perro en el camino que había tomado por una
presa a la pobre salchichita, la había atrapado y la había matado. El pajarito
protestó mucho y acusó al perro de haber cometido un crimen manifiesto, pero no
hubo palabras que le valieran, pues el perro dijo que le había encontrado
cartas falsas a la salchicha y que por eso había sido víctima de él.
El
pajarito, muy triste, recogió la madera y se fue a casa y contó lo que había
visto y oído'. Estaban muy afligidos, pero decidieron poner toda su buena
voluntad y permanecer juntos. Por eso el pajarito puso la mesa, y el ratón hizo
los preparativos para la comida y se puso a hacerla e igual que había hecho
antes la salchichita se metió en la olla y se puso a remover la verdura y a
escurrirse entre ella para darle sabor; pero antes de llegar a la mitad tuvo
que pararse y dejar allí el pellejo y con ello la vida.
Cuando
el pajarito fue y quiso servir la comida allí no había ya ningún cocinero. El
pajarito, desconcertado, tiró la leña por todas partes y lo buscó y lo llamó,
pero no pudo encontrar a su cocinero. Por descuido el fuego llegó hasta la leña
y provocó un incendio; el pajarito salió rápidamente a buscar agua, pero
entonces se le cayó el cubo al pozo y él se fue detrás y ya no pudo recuperarse
y se ahogó.
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