viernes, 22 de mayo de 2015

Hnos Grimm


Buenos Días.

¿ Quien no se acuerda de los  cuentos clásicos de nuestra infancia como por ejemplo el Gato con Botas o del cuento de los 7 cabritillos...?
Para cualquier niño, este tipo de cuentos causa un gran impacto, se trata de la primera ventana al mundo que les rodea, pero uno de adulto tampoco deja de aprender del mundo animal porque es tanto lo que se puede aprender de la naturaleza....
En el comienzo de fin de semana os comparto una selección de los cuentos clásicos menos conocidos al menos para mí de los Hermanos Grimm en los que me admira cómo estos grandes genios de la literatura enseñaban desde lo mas sencillo hasta lo más complejo de la manera mas simple. 


LA BRIZNA DE PAJA, LA BRASA Y LA JUDIA VERDE VAN DE VIAJE

 

Eranse una brizna de paja, una brasa y una judía verde que se unieron y quisieron ha­cer juntas un gran viaje. Habían recorri­do  de ya muchas tierras cuando llegaron a un arroyo que no tenía puente y no podían cruzarlo. Al fin, la brizna de paja encontró la solución: se tendería sobre el arroyo entre las dos orillas y las otras pasarían por en­cima de ella, primero la brasa y luego la judía verde. La brasa empezó a cruzar despacio y a sus anchas; la judía verde la siguió a pasitos cortos. Pero cuando la brasa lle­gó a la mitad de la brizna de paja, ésta empezó a arder y se quemó. La brasa cayó al agua, hizo pssshhh... y se mu­rió. A la brizna de paja, partida en dos trozos, se la llevó la corriente. La judía verde, que iba algo más atrás, se es­currió también y cayó, aunque pudo valerse un poco na­dando. Al final, sin embargo, tuvo que tragar tanta agua que reventó y, en aquel estado, fue arrastrada hasta la orilla. Por suerte había allí sentado un sastre, que des­cansaba de su peregrinaje. Como tenía a mano aguja e hilo, la cosió y la dejó de nuevo entera. Desde entonces todas las judías verdes tienen una hebra.

Según otro relato, la primera que pasó sobre la brizna de paja fue la judía verde, que llegó sin dificultad al otro lado y observó cómo la brasa se iba acercando a ella desde la orilla puesta. En mitad del agua quema la brizna de paja, se cayó e hizo ¡psssssssssssshhhh…Al verlo, la judía verde se rió tanto que reventó. El sastre de la orilla la cosió y la dejó de nuevo entera, pero en ese momento solo tenía hilo negro y por eso todas las judías verdes tie­nen una hebra negra.
 
 
 
LA CHUSMA
 
 
H
abía una vez un gallito que le dijo ala gallinita:
-Las nueces están maduras. Vayamos juntos a la montarla y démonos un buen festín antes de que la ardilla se las lleve todas.
-Sí -dijo la gallinita-, varaos a darnos ese gusto.
Se fueron los dos juntos y, como el día era claro, se quedaron hasta por la tarde. Yo no sé muy bien si fue por lo mucho que habían comido o porque se volvieron muy arrogantes, pero el caso es que no quisieron regre­sar a casa andando y el gallito tuvo que construir un pe­queño coche con cáscaras de nuez. Cuando estuvo ter­minado, la gallinita se montó y le dijo al gallito:
-Anda, ya puedes engancharte al tiro.
-¡No! -dijo el gallito-. ¡Vaya, lo que me faltaba! ¡Prefiero irme a casa andando antes que dejarme en­ganchar al tiro! ¡Eso no era lo acordado! Yo lo que quie­ro es hacer de cochero y sentarme en el pescante, pero tirar yo... ¡Eso sí que no lo haré!
Mientras así discutían, llegó un pato graznando:
-¡Eh, vosotros, ladrones! ¡Quién os ha mandado ve­nir a mi montaña (le las nueces? ¡lo vais a pagar caro!
Dicho esto, se abalanzó sobre el gallito. Pero el galli­to tampoco perdió el tiempo y arremetió contra el pato y luego le clavó el espolón con tanta fuerza que éste, le suplicó clemencia y, como castigo, accedió a dejarse enganchar al tiro del coche. El gallito se sentó en el pes­cante e hizo de cochero, y partieron al galope.
-¡Pato, corre todo lo que puedas!
Cuando habían recorrido un trecho del camino se encontraron a dos caminantes: un alfiler y una aguja de coser. Los dos caminantes les echaron el alto y les dijeron que pronto sería completamente de noche, por lo que ya no podrían dar ni un paso más, que, ade­más, el camino estaba muy sucio y que si podían mon­tarse un rato; habían estado a la puerta de la taberna del sastre y tomando cerveza se les había hecho dema­siado tarde. El gallito, como era gente flaca que no ocupaba mucho sitio, les dejó montar, pero tuvieron que prometerle que no lo pisarían.
A última hora de la tarde llegaron a una posada y, como no querían seguir viajando de noche y el pato, además, ya no andaba muy bien y se iba cayendo de un lado a otro, entraron en ella. El posadero al principio puso muchos reparos y dijo que su casa ya estaba llena, pero probablemente también pensó que aquellos viaje­ros no eran gente distinguida. Al fin, sin embargo, cedió cuando le dijeron con buenas palabras que le darían el huevo que la gallinita había puesto por el camino y también podría quedarse con el pato, que todos los días ponía uno.
Entonces se hicieron servir a cuerpo de rey y se die­ron la buena vida.
Por la mañana temprano, cuando apenas empezaba a clarear y en la casa aún dormían todos, el gallito des­pertó a la gallinita, recogió el huevo, lo cascó de un pi­cotazo y ambos se lo comieron; la cáscara, en cambio, la tiraron al fogón. Después se dirigieron a la aguja de coser, que todavía estaba durmiendo, la agarraron de la cabeza y la metieron en el cojín del sillón del posade­ro; el alfiler, por su parte, lo metieron en la toalla. Después, sin más ni más, se marcharon volando sobre los campos. El pato, que había querido dormir al raso y se había quedado en el patio, les oyó salir zumbando, se despabiló y encontró un arroyo y se marchó nadan­do arroyo abajo mucho más deprisa que cuando tiraba del coche. Un par de horas después el posadero se le­vantó de la cama, se lavó y cuando fue a secarse con la toalla se desgarró la cara con el alfiler. Luego se dirigió a la cocina y quiso encenderse una pipa, pero cuan­do llegó al fogón las cáscaras del huevo le saltaron a los ojos.
-Esta mañana todo acierta a ciarme en la cabeza -dijo, y se sentó enojado en su sillón-. ¡Ay, ay, ay!
La aguja de coserle había acertado e n un sitio aún peor, y no precisamente en la cabeza. Entonces se puso muy fu­rioso y sospechó de los huéspedes que habían llegado tan tarde la noche anterior, pero cuando fue a buscarlos vio que se habían marchado. Así juró que no volvería a admitiren su casita chusma como aquélla, que corre mucho, no paga nada y encima lo agradece con malas pasadas.
 
 
 
 
 
LA ABEJA REINA
Zafia y disipada era la vida en la que cayeron dos príncipes que habían partido en busca de aventuras, y así no podían volver de nin­guna manera a su casa. El benjamín, el bobo, salió en busca de sus hermanos. Cuando los en­contró se burlaron de que él, con su simpleza, quisiera abrirse camino en el mundo cuando ellos dos, siendo mucho más listos, no eran capaces de salir adelante.
Se pusieron a andar juntos y llegaron a un hormigue­ro. Los dos mayores quisieron revolverlo para ver có­mo las pequeñas hormigas correteaban asustadas de un lado a otro llevando consigo sus huevos, pero él bobo dijo:
-Dejad en paz a los animales. No consiento que los molestéis.
Luego siguieron adelante y llegaron a un lago en el que nadaban muchos, muchos patos. Los dos herma­nos mayores quisieron cazar un par de ellos y asarlos, pero el bobo dijo de nuevo:
-Dejad en paz a los animales. No consiento que los matéis.
Finalmente llegaron a una colmena. Dentro había tanta miel que rebosaba tronco abajo. Los dos quisie­ron prender fuego bajo el árbol para que las abejas se asfixiaran y ellos pudieran quitarles la miel. El bobo, sin embargo, los detuvo otra vez diciendo:
-Dejad en paz a los animales. No consiento que los queméis.
Los tres hermanos llegaron entonces a un palacio en cuyas caballerizas había un montón de caballos petrifi­cados, pero no se veía a ningún ser humano. Recorrie­ron todas las salas hasta que al final llegaron ante una puerta que tenía tres cerrojos. En mitad de la puerta, sin embargo, había una mirilla y por ella se podía ver lo que había dentro del cuarto. Allí vieron a un hombreci­llo gris sentado a una mesa y lo llamaron a voces, una vez..., dos veces..., pero no les oyó. Finalmente lo llama­ron por tercera vez y entonces se levantó y salió. No dijo ni una palabra, pero los agarró y los condujo a una opí­para mesa, y cuando hubieron comido llevó a cada uno de ellos a un dormitorio. A la mañana siguiente entró en el del mayor, le hizo señas con la mano y lo llevó a una mesa de piedra, sobre la cual estaban escritas las tres pruebas que había que superar para desencantar el palacio.
La primera era así: en el bosque, debajo del musgo, estaban las mil perlas de la princesa; había que buscar­las y antes de que se pusiera el sol no tenía que faltar ni una sola o, de lo contrario, quien hubiera emprendido la prueba se convertiría en una piedra. El príncipe fue allí y se pasó el día entero buscando, pero cuando el día tocó a su fin no había encontrado más que cien y quedó convertido en piedra. Al día siguiente emprendió la aventura el segundo hermano, pero, al igual que el ma­yor, se convirtió en piedra por no haber conseguido ha­llar más que doscientas.
Por fin le tocó el turno al bobo y se puso a buscar en el musgo, pero era tan difícil encontrar las perlas y se iba tan despacio que se sentó encuna de una piedra y empezó a llorar. Y, según estaba allí sentado, el rey de las hormigas, al que él una vez había salvado, llegó con cinco mil hormigas que, al cabo de un rato, ya habían en­contrado todas las perlas y las habían reunido en un montón.
La segunda prueba, en cambio, consistía en sacar del mar la llave de la alcoba de la princesa. Cuando el bobo llegó al mar se acercaron nadando los patos a los que él una vez había salvado; éstos se sumergieron y sacaron la llave del fondo.
La tercera prueba, sin embargo, era la más difícil: en­tre las tres durmientes hijas del rey había que escoger a la más joven y predilecta; pero eran exactamente igua­les y en lo único que se diferenciaban era en que la ma­yor había tomado un terrón de azúcar, la segunda siro­pe y la menor una cucharada de miel, y había que acertar sólo por el aliento cuál de ellas había comido la miel. Entonces llegó la reina de las abejas que el bobo había salvado del fuego, tentó la boca de las tres y al fi­nal se posó en la boca que había tomado miel, y el prín­cipe reconoció así a la verdadera.
Entonces se deshizo el encantamiento, todo quedó liberado del sueño y los que eran de piedra recupera­ron su forma humana. El bobo se casó con la más joven y predilecta de las princesas y cuando murió el padre de ella, se convirtió en rey. Por su parte, sus dos hermanos se casaron con las otras dos hermanas.
 
DEL RATONCITO, EL PAJARITO Y LA SALCHICHA
 
Érase una vez un ratoncito, un pajarito y una salchicha que habían formado socie­dad y un hogar y llevaban mucho tiempo viviendo muy bien y maravillosamente en paz y sus bienes habían aumentado admirablemente. El trabajo del pajarito consistía en volar todos los días al bosque y llevar leña a casa. El ratón tenía que llevar el agua, encender el fuego y poner la mesa, y la salchi­cha tenía que cocinar.
¡Pero al que bien le va siempre le apetece hacer cosas nuevas! Y un día el pajarito se encontró por el camino con otro pájaro y le contó, elogiándola mucho, la mara­villosa vida que llevaba. El otro pájaro, sin embargo, le dijo que era un desgraciado que hacía el peor trabajo mientras los otros dos se pasaban el día muy a gusto en su casa. Que cuando el ratón había encendido su fuego y llevado el agua se metía en su cuartito a descansar has­ta que le decían que pusiera la mesa. Y que la salchichi­ta se quedaba junto a la olla mirando cómo se hacía la comida y que cuando se acercaba la hora de comer no tenía más que pasarse un poco por el puré o por la ver­dura y ya estaba todo engrasado, salado y preparado. Y que cuando el pajarito llegaba finalmente a casa y deja­ba su carga ellos no tenían más que sentarse a la mesa y después de cenar dormían a pierna suelta hasta la mañana siguiente, y que eso sí que era pegarse una buena vida.
Al día siguiente el pajarito, instigado por el otro, se negó a volver al bosque diciendo que ya había hecho bastante de criado y ya le habían tomado bastante por tonto y que ahora tenían que cambiarse y probar de otra manera. Y por mucho que el ratón se lo rogó, y también la salchicha, el pájaro se salió con la suya, y se lo echaron a suertes, y a la salchicha le tocó llevar la leña, al ratón hacer de cocinero y al pájaro ir a por agua.
¿Y qué pasó? Pues la salchichita se marchó a por le­ña, el pajarito encendió el fuego y el ratón puso la olla, y los dos se quedaron solos esperando que volviera a casa la salchichita con la leña para el día siguiente. Pero la salchichita llevaba ya tanto tiempo fuera que los dos se temieron que no había ocurrido nada bueno y el pa­jarito voló un trecho en su busca. No muy lejos, sin em­bargo, se encontró con un perro en el camino que ha­bía tomado por una presa a la pobre salchichita, la había atrapado y la había matado. El pajarito protestó mucho y acusó al perro de haber cometido un crimen manifiesto, pero no hubo palabras que le valieran, pues el perro dijo que le había encontrado cartas falsas a la salchicha y que por eso había sido víctima de él.
El pajarito, muy triste, recogió la madera y se fue a casa y contó lo que había visto y oído'. Estaban muy afli­gidos, pero decidieron poner toda su buena voluntad y permanecer juntos. Por eso el pajarito puso la mesa, y el ratón hizo los preparativos para la comida y se puso a hacerla e igual que había hecho antes la salchichita se metió en la olla y se puso a remover la verdura y a escu­rrirse entre ella para darle sabor; pero antes de llegar a la mitad tuvo que pararse y dejar allí el pellejo y con ello la vida.
Cuando el pajarito fue y quiso servir la comida allí no había ya ningún cocinero. El pajarito, desconcertado, tiró la leña por todas partes y lo buscó y lo llamó, pero no pudo encontrar a su cocinero. Por descuido el fuego llegó hasta la leña y provocó un incendio; el pajarito sa­lió rápidamente a buscar agua, pero entonces se le cayó el cubo al pozo y él se fue detrás y ya no pudo recuperar­se y se ahogó.
 Espero que lo disfrutéis. Hasta mañana.
 



 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario