Buenos días. Os comparto en esta mañana un relato que me llegó a través del Facebook gracias a una hermosa página que os recomiendo a todos aquellos que utilicéis esta red social. Debajo del texto os envío el link para que podáis ver muchas mas historias que os pueden interesar.
No me cabe duda que a este mundo nuestro, en el que prevalece el yo sobre el nosotros, le están haciendo falta locos conscientes de la necesidad de trabajar por un bien común tan necesario...
Ojalá podáis después de reflexionar acerca de esta historia empezar a cambiar esos pequeños detalles que hacen la diferencia y van dando pasos hacia la construcción de una sociedad más justa.
EL LOCO
En un pueblo rodeado de cerros habitaba un «loco», la gente del pueblo lo llamaba así: «EL LOCO».
La gente al verlo pasar se reía y se burlaba de él, humildemente vestido, sin posesiones, sin una casa que se dijera de su propiedad, sin una esposa ni hijos; «un desdichado» —pensaba la gente—, alguien que no beneficiaba a la sociedad… «Un inútil» —comentaban otros—. Pero este viejo ocupaba su vida sembrando árboles en donde pudiera. Sembraba semillas de las cuales nunca vería ni las flores ni el fruto: nadie le pagaba por ello, nadie se lo agradecía, nadie lo alentaba, por el contrario, era objeto de burla ante los demás.Y así pasaba su vida, poniendo semillas, plantando arbolitos ante la burla de los demás. Ese ser era una gran persona poniendo la muestra de cómo se deben hacer las cosas; sembrando, siempre sembrando sin esperar a ver el fruto, sin esperar a saborearlo.
Un día cabalgaba por esos rumbos el sultán de aquellos lugares, rodeado de su escolta, y observaba lo que sucedía verdaderamente en su reino, para no escucharlo por boca de sus ministros. Al pasar por aquel lugar y al encontrarse al loco le preguntó:
—¿Qué haces, buen hombre?—
Y el viejo le respondió:
—Sembrando, señor, sembrando—.
Nuevamente inquirió el sultán:
—Pero ¿cómo es que siembras? Estás viejo y cansado y seguramente no verás siquiera el árbol cuando crezca. ¿Para qué siembras entonces?—
A lo que el viejo contestó:
—Señor, otros sembraron y he comido, es tiempo de que yo siembre para que otros coman—.
El sultán quedó admirado de la sabiduría de aquel hombre al que llamaban «loco», y nuevamente le preguntó:
—Pero no verás los frutos, y aun sabiendo eso, continúas sembrando… Por ello te regalaré unas monedas de oro, por esa gran lección que me has dado—.
El sultán llamó a uno de sus guardias para que trajera una pequeña bolsa con monedas de oro y las entregó al sembrador. El sembrador respondió:
—Ves, señor, como ya mi semilla ha dado fruto, aún no la acabo de sembrar y ya me está dando frutos, y aun más, si alguna persona se volviera loca como yo y se dedicara solamente a sembrar sin esperar los frutos, sería el más maravilloso de todos los frutos que yo hubiera obtenido, porque siempre esperamos algo a cambio de lo que hacemos, porque siempre queremos que se nos devuelva igual que lo que hacemos. Esto, desde luego, solo cuando consideramos que hacemos bien, y olvidándonos de lo malo que hacemos—.
El sultán miró asombrado y le dijo:
—¡Cuánta sabiduría y cuánto amor hay en ti!, ojalá hubiera más como tú en este mundo, con unos cuantos que hubiere, el mundo sería otro; más nuestros ojos tapados con unos velos propios de la humanidad, nos impiden ver la grandeza de seres como tú. Ahora me retiraré porque, si sigo conversando contigo, terminaré por darte todos mis tesoros, aunque sé que los emplearás bien, tal vez mejor que yo—.
Y terminado esto, partió el sultán junto con su séquito, y el loco siguió sembrando y no se supo de su fin, no se supo si termino muerto y olvidado por ahí en algún cerro, pero él había cumplido su labor, realizó la misión… la misión de un «loco».
Se requieren muchos locos en el mundo, seres que repartan la luz, que den la enseñanza, que sean guías en este mundo tan hambriento de enseñanza
http://letrasperdidas.kende.com.mx/
https://www.facebook.com/Amantes.de.la.Ortografia.Oficial?fref=ts
Espero que os guste. Hasta mañana.
Un día cabalgaba por esos rumbos el sultán de aquellos lugares, rodeado de su escolta, y observaba lo que sucedía verdaderamente en su reino, para no escucharlo por boca de sus ministros. Al pasar por aquel lugar y al encontrarse al loco le preguntó:
—¿Qué haces, buen hombre?—
Y el viejo le respondió:
—Sembrando, señor, sembrando—.
Nuevamente inquirió el sultán:
—Pero ¿cómo es que siembras? Estás viejo y cansado y seguramente no verás siquiera el árbol cuando crezca. ¿Para qué siembras entonces?—
A lo que el viejo contestó:
—Señor, otros sembraron y he comido, es tiempo de que yo siembre para que otros coman—.
El sultán quedó admirado de la sabiduría de aquel hombre al que llamaban «loco», y nuevamente le preguntó:
—Pero no verás los frutos, y aun sabiendo eso, continúas sembrando… Por ello te regalaré unas monedas de oro, por esa gran lección que me has dado—.
El sultán llamó a uno de sus guardias para que trajera una pequeña bolsa con monedas de oro y las entregó al sembrador. El sembrador respondió:
—Ves, señor, como ya mi semilla ha dado fruto, aún no la acabo de sembrar y ya me está dando frutos, y aun más, si alguna persona se volviera loca como yo y se dedicara solamente a sembrar sin esperar los frutos, sería el más maravilloso de todos los frutos que yo hubiera obtenido, porque siempre esperamos algo a cambio de lo que hacemos, porque siempre queremos que se nos devuelva igual que lo que hacemos. Esto, desde luego, solo cuando consideramos que hacemos bien, y olvidándonos de lo malo que hacemos—.
El sultán miró asombrado y le dijo:
—¡Cuánta sabiduría y cuánto amor hay en ti!, ojalá hubiera más como tú en este mundo, con unos cuantos que hubiere, el mundo sería otro; más nuestros ojos tapados con unos velos propios de la humanidad, nos impiden ver la grandeza de seres como tú. Ahora me retiraré porque, si sigo conversando contigo, terminaré por darte todos mis tesoros, aunque sé que los emplearás bien, tal vez mejor que yo—.
Y terminado esto, partió el sultán junto con su séquito, y el loco siguió sembrando y no se supo de su fin, no se supo si termino muerto y olvidado por ahí en algún cerro, pero él había cumplido su labor, realizó la misión… la misión de un «loco».
Se requieren muchos locos en el mundo, seres que repartan la luz, que den la enseñanza, que sean guías en este mundo tan hambriento de enseñanza
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Espero que os guste. Hasta mañana.
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