miércoles, 19 de marzo de 2014

Soñar

Buenos días.

Hoy es el día de mi Santo. Los días de Onomástica y Cumpleaños son días en los que uno se para a pensar que es lo que está haciendo en su vida. Qué le gustaría que cambiara en su vida y qué es lo que no cambiaría por nada.

Como tengo por costumbre, hoy miércoles os comparto un artículo de psicología que os puede ser de interés extraído de la revista Mente Sana.

DARSE PERMISO PARA SOÑAR

A veces, renunciamos a los deseos porque tenemos obligaciones que cumplir, pero el auténtico deber es buscar la felicidad trabajando por nuestros sueños.

Muchos niños y niñas sueñan en convertirse algún día en astronautas. Volar alto, descubrir nuevos planetas, correr grandes aventuras, acercarse a las estrellas. ¿Qué mejor manera de ganarse la vida? Es un deseo que se suele cumplir, por varios motivos. Primero, se descubre al crecer que el tipo de astronauta de los sueños infantiles no existe más que en las películas. Los de verdad no suelen llegar a la luna.

Luego, llega la desilusión de enfrentarse a la escasez de ofertas de trabajo en este campo. Y, finalmente, la cosa queda zanjada con las expectativas de padres, familiares y profesores, que de mil maneras, tratan de quitar a los aspirantes a cosmonauta tales utopías de la cabeza.

Yo fui uno esos niños y esta misma fortuna corrieron muchos otros de mis deseos. Con el pasar de los años vi estrellarse contra las crueles rocas de la realidad oleada tras oleada de proyectos, ideas, sueños y utopías.

Uno  de aquellos sueños era convertirse en escritor. Era más fácil que conseguir empleo en la NASA y, qué diablos, era una manera de poder volar al menos con la imaginación a mundos desconocidos y correr grandes aventuras.

Pero entre estudios, amigos, relaciones, responsabilidades, la necesidad de ganarse la vida y no sé que mas, me encontré de pronto con la vida organizada de tal manera que lo de convertirme en el próximo Tolkien no cabía por ningún lado. Decidí, como deciden tantas otras personas, que los deseos no pueden siempre cumplirse y que hay que resignarse a lo que uno le toca.

Pero los deseos no desaparecen por mucho que los ignoremos o los enterremos bajo un montón de excusas, miedos, justificaciones  y tareas pendientes. Siguen ahí, pidiendo tenazmente, dando la lata como gatos hambrientos a nuestros pies y, cuanto menos caso les hagamos, mas nos harán la vida imposible con sus maullidos, hasta que seamos nosotros quienes comencemos a maullar.

Podemos tratar de amordazarlos, incluso arrojarlos al río, pero será todo en vano, porque volverán aún más terribles y fantasmales. ¿Será una tortura de los dioses? ¿Por qué hemos de recibir los seres humanos el regalo envenenado de anhelos imposibles de realizar? No seremos los primeros ni los últimos en plantearnos tales cuestiones.

Afortunadamente, la cosa no es tan dramática, porque los deseos no se alimentan de metas, de fines concretos. No piden que nos convirtamos en astronautas, tengamos tal número de hijos o vivamos en una isla caribeña privada. Piden sólo que emprendamos un viaje, un viaje con numerosos caminos y cuya meta final es sólo una referencia, una excusa para ir descubriendo los paisajes que son la autentica fuente de nuestra felicidad.

A mí esta verdad me vino de pronto, un día en el que recordé lo mucho que me gustaba escribir por puro placer y lo abandonado que lo tenía.

Y, en realidad, tenía razones para haber dejado de escribir. Como dije anteriormente, mis ilusiones de convertirme en un gran escritor había chocado con la necesidad de ganarme la vida. Con tanto trabajo no encontraba tiempo ni para hacer las compras. ¿ Cómo iba a ponerme a escribir? ¿ Para qué o para quien iba a hacerlo? No tenía sentido.

Sin embargo, me sentía tan vacío por dentro, tan triste, que decidí dedicar algo de tiempo a la escritura, aunque fuera como terapia. Sólo con tomar esa decisión, sentí un alivio inmediato.

Y en cuanto retomé el camino de la escritura, entendí que para mí era casi una necesidad física. Eso era lo que me pedían esos gatos con sus maullidos y, cuando comencé a dárselo, empezaron a dejarme en paz, incluso a quererme. Años después, aquí me tienes. No es que viva sólo de la escritura, pero cada vez consigo dedicarle mas tiempo a esta vocación.

A veces nuestros deseos pueden chocar con los deseos, las voluntades o las expectativas que los demás tienen de nosotros. La sociedad nos impone ciertos disfraces y máscaras que no siempre son cómodos de llevar, pero de los que no es fácil desprenderse.

Quien haya tratado de cambiar conscientemente algún elemento de su manera de ser (desde el modo de vestir a la dieta, la carrera profesional o la orientación sexual) habrá comprobado que la familia, los amigos e incluso gente conocida a menudo se resiste y trata de limitar ese cambio. Cambiar nunca es fácil, pero más difícil es vivir encorsetado en un disfraz incompatible con los propios deseos.

Otro obstáculo es el miedo al fracaso. Es entonces cuando se toma fundamental el sentido del humor. En la escena final de la película Zorba el Griego, tras una estrepitosa catástrofe que fulmina en pocos minutos un gran proyecto empresarial, Zorba anima a su amigo inglés enseñándole a bailar un sirtaki y, en medio del baile, señala las ruinas de su proyecto y le dice: " Eh, jefe, ¿ Vio usted alguna vez un desastre más esplendoroso?

Ambos se echan a reír como locos. Es un concepto revolucionario: ¡Celebrar el fracaso! Sin lugar a dudas, ésta es la mejor actitud ante la vida, y la que nos permitirá ir de fracaso en fracaso hasta alcanzar el éxito. El fracaso es, en realidad, la antesala de la realización.

Numerosos estudios apoyan la tesis de que la gente más satisfecha y realizada no es la que ha llegado a las metas más elevada, sino la que integra en sus vidas las actividades que más le gustan.

Si observan a tu alrededor, lo comprobarás. En algunos casos, pueden hacerlo en su trabajo. En otros casos, se buscan esos momentos de placer fuera del mismo.

Da igual qué es lo que nos llena: el deporte, el arte, la naturaleza, el estudio, la música.... Lo importante es reconocer la llamada del deseo y no insistir en esquivarla o tratar de taparse los oídos. Tampoco hemos de pensar que perseguir los propios deseos sea en sí algo egoísta.

Lo que nos hace felices es algo que puede compartirse con los demás y que, de hecho, si lo hacemos, es el mayor regalo que podemos ofrecer, lo más autentico que podemos regalar. Por otro lado, tenemos una responsabilidad hacia nuestra propia dicha precisamente porque sólo a partir de ella podemos ayudar a los demás con el corazón limpio. Querer al prójimo, esa utopía de toda filosofía moral, es lo más natural cuando se es feliz.

EDUARDO JAÚREGUI

Espero que os sirva. Hasta mañana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario