viernes, 31 de enero de 2014

Sabiduría Oriental

Buenos días.  Parece que fue ayer cuando estrenamos este blog y ya cumple un mes.
Lo bueno es que se supone que febrero será más fácil... no? Ya se acaba la semana y vuelve el tiempo libre.
Como cada viernes os hago una sugerencia para entreteneros un ratito con buenos relatos.
Esta semana os comparto una selección de cuentos de oriente recopilados por Ramiro Calle que seguro os aporta mucho.

La Vanidad

Era un hombre excepcionalmente vanidoso y que aún en las cosas más simples quería llamar la atención.

Se encontró con un joven y le dijo:
- Tengo un tambor tan enorme que su sonido se puede escuchar a más de mil kilómetros.
El estudiante repuso sonriente:
- Pues, amigo, yo tengo una vaca de tamaño tan descomunal que cuando anda y apoya las patas delanteras, luego tarda todo un día en apoyar las patas traseras.
El hombre protestó:
- ¡No puede haber vacas tan grandes!
Y el estudiante dijo:
- ¿Ah no?
- Entonces, dime, ¿de dónde crees que sacan la piel para hacer tu tambor?
Maestro: la vanidad lleva en sí misma a menudo su propio castigo

Un Pollo de tres kilos

He aquí que un hombre entró en una pollería.

Vio un pollo colgado y, dirigiéndose al pollero, le dijo:
- Tengo esta noche en casa una cena para unos amigos y necesito un pollo.
- ¿Cuánto pesa éste?
El pollero repuso:
- Dos kilos, señor.
El cliente meció ligeramente la cabeza en un gesto dubitativo y dijo:
- Éste no me vale entonces.
- Sin duda, necesito uno más grande.
Era el único pollo que quedaba en la tienda. El resto de los pollos se habían vendido. El pollero, empero, no estaba dispuesto a dejar pasar la ocasión. Cogió el pollo y se retiró a la trastienda, mientras iba explicando al cliente:
- No se preocupe, señor, enseguida le traeré un pollo mayor.
Permaneció unos segundos en la trastienda. Acto seguido apareció con el mismo pollo entre las manos, y dijo:
- Éste es mayor, señor.
- Espero que sea de su agrado.
- ¿Cuánto pesa éste? – preguntó el cliente.
- Tres kilos – contestó el pollero sin dudarlo un instante.
Y entonces el cliente dijo:
- Bueno, me quedo con los dos.
Maestro: En un conflicto tal se halla todo aspirante espiritual cuando verdaderamente no se compromete con la Búsqueda.

El Viajero Sediento.

Lentamente, el sol se había ido ocultando y la noche había caído por completo. Por la inmensa planicie de la India se deslizaba un tren como una descomunal serpiente quejumbrosa.

Varios hombres compartían un departamento y, como quedaban muchas horas para llegar al destino, decidieron apagar la luz y ponerse a dormir. El tren proseguía su marcha. Transcurrieron los minutos y los viajeros empezaron a conciliar el sueño. Llevaban ya un buen número de horas de viaje y estaban muy cansados.
De repente, empezó a escucharse una voz que decía:
- ¡Ay, qué sed tengo! ¡Ay, qué sed tengo!
Así una y otra vez, insistente y monótonamente. Era uno de los viajeros que no cesaba de quejarse de su sed, impidiendo dormir al resto de sus compañeros. Ya resultaba tan molesta y repetitiva su queja, que uno de los viajeros se levantó, salió del departamento, fue al lavabo y le trajo un vaso de agua. El hombre sediento bebió con avidez el agua.
Todos se echaron de nuevo. Otra vez se apagó la luz. Los viajeros, reconfortados, se dispusieron a dormir. Transcurrieron unos minutos.
Y, de repente, la misma voz de antes comenzó a decir:
- ¡Ay, qué sed tenía, pero qué sed tenía!
Maestro: la mente siempre tiene problemas. Cuando no tiene problemas reales, fabrica problemas imaginarios y ficticios, teniendo incluso que buscar soluciones imaginarias y ficticias.

Los Ciegos

Se hallaba el Buda en el bosque de Jeta cuando llegaron un buen número de ascetas de diferentes escuelas metafísicas y tendencias filosóficas.

Algunos sostenían que el mundo es eterno, y otros, que no lo es; unos que el mundo es finito, y otros, infinito; unos que el cuerpo y el alma son lo mismo, y otros, que son diferentes; unos, que el Buda tiene existencia tras la muerte, y otros, que no. Y así cada uno sostenía sus puntos de vista, entregándose a prolongadas polémicas.
Todo ello fue oído por un grupo de monjes del Buda, que relataron luego el incidente al maestro y le pidieron aclaración. El Buda les pidió que se sentaran tranquilamente a su lado, y habló así:
- Monjes, esos disidentes son ciegos que no ven.
- Que desconocen tanto la verdad como la no verdad ..
- tanto lo real como lo no real.
- Ignorantes, polemizan y se enzarzan como me habéis relatado.
Ahora os contaré un suceso de los tiempos antiguos.
Había un maharajá que mandó reunir a todos los ciegos que había en Sabathi y pidió que los pusieran ante un elefante y que contasen, al ir tocando al elefante, qué les parecía.
Unos dijeron, tras tocar la cabeza:
- Un elefante se parece a un cacharro
Los que tocaron la oreja, aseguraron:
- Se parece a un cesto de aventar
Los que tocaron el colmillo:
- Es como una reja de arado.
Los que palparon el cuerpo:
- Es un granero.
Y así, cada uno convencido de lo que declaraba, comenzaron a querellarse entre ellos.
El Buda hizo una pausa y rompió el silencio para concluir:
- Monjes, así son esos ascetas disidentes: ciegos, desconocedores de la verdad, que, sin embargo, sostienen sus creencias.

Soñar Despierto

Era un pueblo de la India cerca de una ruta principal de comerciantes y viajeros.

Acertaba a pasar mucha gente por la localidad. Pero el pueblo se había hecho célebre por un suceso insólito: había un hombre que llevaba ininterrumpidamente dormido más de un cuarto de siglo. Nadie conocía la razón. ¡Qué extraño suceso! La gente que pasaba por el pueblo siempre se detenía a contemplar al durmiente.
- ¿Pero a qué se debe este fenómeno? – se preguntaban los visitantes-.
En las cercanías de la localidad vivía un eremita. Era un hombre huraño, que pasaba el día en profunda contemplación y no quería ser molestado. Pero había adquirido fama de saber leer los pensamientos ajenos. El alcalde mismo fue a visitarlo y le rogó que fuera a ver al durmiente por si lograba saber la causa de tan largo y profundo sueño. El eremita era muy noble y, a pesar de su aparente adustez, se prestó a tratar de colaborar en el esclarecimiento del hecho.
Fue al pueblo y se sentó junto al durmiente. Se concentró profundamente y empezó a conducir su mente hacia las regiones clarividentes de la consciencia. Introdujo su energía mental en el cerebro del durmiente y se conectó con él. Minutos después, el eremita volvía a su estado ordinario de consciencia. Todo el pueblo se había reunido para escucharlo.
Con voz pausada, explicó:
- Amigos. He llegado, sí, hasta la concavidad central del cerebro de este hombre que lleva más de un cuarto de siglo durmiendo. También he penetrado en el tabernáculo de su corazón. He buscado la causa. Y, para vuestra satisfacción, debo deciros que la he hallado. Este hombre sueña de continuo que está despierto y, por tanto, no se propone despertar.
Maestro: no seas como este hombre, dormido espiritualmente en tanto crees que estás despierto.

Espero que lo disfrutéis

Feliz Viernes. Hasta Mañana

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